jueves, 5 de noviembre de 2009

Los amigos del trago II


Estando ya preparados para recibir el roche de nuestras vidas Nacho por fin abrió la puerta. Era el hijito de la vecina que estaba jugando tocando la puerta. De pronto su mamá lo llamo y se disculpo por la travesura de su retoño. Ese día como tantos otros nos quedamos toda la noche hasta el día siguiente y éramos felices con el alcohol en nuestras venas tratando siempre de no hacer mucho ruido para que el viejo no sintiera nada. No íbamos a permitir que el viejo arruine nuestros encuentros cheleros ni mucho menos nos sacase de ese lugar que ya se había convertido en un santuario de la diversión. En cierta ocasión encontramos al viejo en una de las puertas de su casa que daba a la habitación de Nacho como si nos estuviese esperando a eso de las diez de la noche que era la hora en que iniciábamos nuestro acostumbrado ritual chupístico. El viejo estaba parado justo en la puerta de entrada de las escaleras que conducían a nuestro templo de nocturnidad. Sin duda quería aguarnos la fiesta, desinflar nuestro globito, pero no lo íbamos a dejar , “Ese viejo ya debería estar roncando a esta hora” nos decíamos pues sabíamos que a esa hora ya no había rastros del viejo y por eso era la hora favorita para entrar y por eso lo maldecimos a mares por estar parado allí y comenzamos a idear la forma de cómo entrar sin que nos diga nada, sin tener que darle ninguna explicación.

Teníamos las mochilas que cobijaban cada deliciosa botella y ahora había que ataviarse lo mas académico posible para parecer que íbamos a una convención de sabios. No dudamos en conseguirnos libros y mas libros y Juakin su regla T y Pedrin con su tubo de ingeniero que parecía una bazuca cruzada sobre su espalda y mas Cds y libros y lentes, también había que ponernos lentes para completar nuestra imagen de intelectualoides . Con todo eso sobre nuestros cuerpos nos acercamos a la puerta de ingreso que daba a la habitación de Nacho en el segundo piso y ahí estaba el viejo de mierda justo en la entrada con su palo grande y grueso. Cuando llegamos frente al viejo no paramos de hablar de si los programas iban a cargar o no en la Pc para realizar el proyecto y demás verborrea intelectual sobre matemática y física, entonces lo saludamos con respeto y procedimos a entrar sin que nos dijera nada pero siempre sin perdernos de vista hasta que sucedió algo inesperado. Cuando estábamos subiendo las escaleras y cantando victoria Juakin hizo sonar las botellas que llevaba dentro de la mochila, entonces por un segundo nuestros ojos se paralizaron y cuando miramos hacia el viejo que nos miraba desde abajo sentimos que nos iba clavando su mirada en cada uno hasta que se me ocurrió decir “Ya pues ten cuidado con los tubos de ensayo”, entonces subimos rápidamente y con cuidado y entramos a la habitación de Nacho con una sensación de alivio y victoria y fue así donde tuvimos una jornada más de chupeta generosa y reconfortante.

La cerveza, la fiel compañera de las grandes amistades nos había servido y de mucho para encontrarnos con nosotros mismos. Hacíamos añoranza y nos entregábamos a grandes esperanzas y nos hacia confundir en sueños tangibles e intangibles dispuestos a hacer todo por conseguirlos. Nos habíamos hecho mas amigos que nunca y sabíamos que no necesitábamos de mujeres para pasarla bien, al menos no en nuestro techo chelestial, quizá en otro lado y en otro momento pero no en ese. Era como nuestra capilla donde confesábamos nuestros problemas existenciales y en donde no era necesario hacerlo ante uno ni ante otro sino ante los cuatro y siempre con un vaso de cerveza en la mano y su respectivo salud por eso cuando celebramos algún acertado momento o cuando necesitábamos de más trago para llevar algún problema inconsolable.

Luego vino el Cartavio Black para aligerar la carga. El trepador trago, una botella de un litro de puro ron, se había de convertir en nuestro insistente acompañante por varias semanas de nuestras desveladas borracheras. Fue un día en que tras rebuscar nuestros bolsillos en la acostumbrada chanchita nos dimos con la sorpresa que solo reunimos la mitad de lo que comúnmente lo hacíamos para comprar nuestra caja de chelas. Fue entonces que “El Conde”, nuestro repartidor estrella, nos presentó al Cartavio Black heladito y listo para hacernos olvidar a la cerveza. Para aligerarla, El Conde nos sugirió una Coca Cola de generoso contenido pues de lo contrario se nos haría difícil terminarla no si antes muriésemos en el intento. Y lo intentamos y no pudimos terminarla, por más Coca Cola y por más salud carajo que hacíamos felices y extasiados de tan deliciosa combinación. Lo bueno era que ya no teníamos que cargar casi nada.

Tardamos varias semanas para doblegar al Cartavio Black pero poco a poco nuestro organismo tuvo que ir cediendo a tal bocanada alcohólica semana tras semana hasta que un día y casi sin darnos cuenta, una botella del Black nos había quedado chica. Primero eran dos y después tres las botellas que nos surtíamos para nuestras entrañables borracheras cada una mejor que la otra y por eso éramos felices los cuatro, con nuestra música, con nuestra computadora, nuestras historias con las mujeres, porque cuando uno faltaba a la reunión bucólica era porque en ese momento estaba tirándose a una flaca en algún lugar de la ciudad, y entonces no hacíamos mas que esperar al fin de semana para que contase tal gesta amorosa y siempre con la reconfortante alegría y calidez que le dan los amigos del trago.

Ya no tomo como antes, por no decir casi nada, pero gracias a esas maravillosas jornadas puedo aguantar con estoicismo cuanto alcohol se me cruce en el camino y puedo recordar que fui feliz en una lejana habitación de mi amigo Nacho donde poco a poco nos fuimos alejando de nuestros encuentros, primero Pedrin, luego yo, pues nos enamoramos y decidimos darle mas tiempo a nuestras enamoradas y después ya no era lo mismo porque ya no nos frecuentábamos como antes. Fue así que Nacho se convirtió en mi mejor amigo, el único que me acompañaba a almorzar a pesar que el ya había almorzado y que con trago o sin él compartíamos la mejor amistad del mundo. Y cuando nos volvíamos a encontrar esporádicamente los cuatro amigos del trago, no dudábamos en hacer lo que mejor sabíamos hacer, tomar hasta morir en nombre de una entrañable amistad que nunca olvidaremos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola soñador, anímate a dejarme un comentario.